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Una mañanita húmeda de rocío estaba el Conejo
pensando cómo entrar a buscar zanahorias. Y estaba
tan concentrado que ni cuenta se dio de que había
llegado el Coyote y, de puntitas, se había puesto
detrás de él y le tapaba la entrada a su madriguera.
—Hoy no te me escapas, conejito —le dijo el Coyote,
muerto de hambre como siempre—. Hoy sí voy a
desayunar.
—¡Espera, coyotito, espera! —exclamó el Conejo
atragantándose de susto, y enmudeció aterrado.
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T X²O: Felipe Garrido / IL³S²RA´µÓN: Gabriela Gómez ¶lorente