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No lo creían ni los mismos prisioneros. Cuando se supo
en la calle la noticia de la fuga, mi héroe volvió a brillar en
mi mente. En muchos hogares miserables se dieron gracias a
Dios. Volvieron a circular cuentos y comentarios. Alguien
afirmó, con aires de saber mucho, que si el Corre volando podía
liberarse tan fácilmente, era porque tenía en los pies huesos
tan flexibles como los de las manos, de tal manera que podía
deslizarlos entre los grilletes con sólo quererlo. Otros decían
que había vivido en la selva, y se había apropiado cualidades de
los animales: trepaba como un felino, corría como un conejo,
se hacia chiquito como una hormiga… Hubo quien sostuvo que
poseía poderes extraños, secretos de magia: atravesaba pare-
des, caminaba sin tocar el suelo… Mi cabeza daba vueltas,
hervían en mi mente las preguntas. Pero ni yo ni el Pepe, ni
nadie supo nunca la verdad.
Lo que sí es cierto y seguro es que escapó. Tal vez se ocul-
tó en casas de los barrios pobres, hasta que la policía se cansó
de buscarlo. Pronto se supo de robos en las haciendas de los
españoles, allá en el valle. Nosotros parábamos la oreja apenas
se comentaba algo relacionado con el Correvolando, y oía-
mos que llevaba la audacia hasta el punto de prevenir a sus
futuras víctimas, y por más que se apostaran centinelas y se
guardaran los tesoros de la casa en los rincones más ocultos,
él lograba entrar, sustraer su botín.
.. y ¡escapar!