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Caperucita Roja estaba muy contenta. Le contaba al Gato
con Botas las aventuras de su abuelita cuando, de repente, se
acordó de que en su buzón había encontrado una carta que no
era para ella.
Entonces, con la mejor de sus sonrisas, Caperucita Roja
le preguntó al Gato con Botas si él podría ir a dejar la carta.
El Gato con Botas vio la carta y, como le quedaba de paso,
aceptó llevarla.
—¿Cómo puedo agradecerte el favor? —le preguntó Cape-
rucita Roja.
—Dame diez panecillos para comer en el camino.
Y así, el Gato con Botas, con su carta en el chaleco, metió los
diez panecillos en su alforja, tomó la carta y siguió su camino.