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Eran las seis de la tarde.
..
El Gato con Botas había llegado al castillo. De un gran
brinco subió a la torre más alta, la ventana se abrió y él en-
tró. Sacó los panecillos de su alforja y con ellos hizo diez mil
migajas que fue tirando para no perderse mientras cruzaba
puertas, pasillos, salones y.
.. de repente, cuando tiró la úl-
tima migaja, oyó que alguien roncaba.
En ese momento, el Gato con Botas supo qué hacer: sacó la
pimienta de la otra bolsa de su alforja, le sopló fuerte y esperó.
La Bella Durmiente estornudó y estornudó, y ¡por fin
se despertó!
Cuando vio al Gato con Botas tan Gato con su chaleco,
tan distinguido con la espada reluciente y tan simpático con
la capa de seda, la Bella (que ya no era durmiente) sus piró,
sonrió y.
..
Entonces, con un maullido suavecito, el Gato con Botas le
ronroneó al oído:
Junto a mi corazón encontré
lo que en esta carta escribí
para ti.