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El rey, que ya estaba acostumbrado a ver a la niña, se en-
fermó de amor de no verla y su médico de cabecera, viendo
que no podía curarlo, mandó llamar a todos los médicos del
reino a ver cuál de todos lo aliviaba.
Para esto, la niña, que sólo estaba esperando la ocasión
para desquitarse, se disfrazó de médico y fue a palacio lle-
vando del bozalillo un burro macho, y llegado que hubo a la
presencia del rey le dijo: “Sacra, Real Majestad, si gusta usted
curarse es menester que le bese el rabo a mi burro y que salga
mañana al balcón a recibir los primeros rayos del sol”.
El rey, con tal de curarse, hizo lo que le recetaba aquel
médico, así que después de besar el rabo del macho se acostó
a dormir.
A la mañana siguiente, muy tem-
pranito, salió al balcón y la niña, que lo
estaba esperando regando la maceta, tan
luego como lo vio le dijo: “Sacra, Real
Majestad, mi rey y señor, usted que está
en su balcón, usted que besó el rabo del
macho, ¿cuántos rayos tiene el sol?”.
El rey, dándose cuenta de lo bien
que lo había engañado la niña, se metió
muy enojado y mandó llamar al zapatero.