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Luego que llegó el buen hombre a la presencia del rey,
éste le dijo: “Vecino zapatero, quiero que a las tres horas del
tercer día me traigas a tus tres hijas. A más ordeno que la
menor venga: bañada y no bañada; peinada y no peinada;
a caballo y no a caballo; y sábete que si no lo cumples penas
de la vida”.
El pobre zapatero se fue muy triste a su casa y les dijo a sus
hijas lo que el rey había dispuesto; a las dos mayores todo se
les fue en llorar; en cambio, la más chica le dijo: “No te apures,
papacito, ya verás cómo yo lo arreglo todo”.
Y así fue: a las tres horas del tercer
día se presentó el zapatero en palacio con
sus hijas; adelante iban las dos mayores
y más atrás la chiquita montada en un
borrego con un pie en el aire y otro en el
suelo; tiznada de medio lado y el otro
bien refregado; media cabeza enmara-
ñada y la otra hasta trenzada.
Viendo el rey que había acatado sus
órdenes, se dio por bien servido y le dijo
a la niña: “En premio a tu astucia puedes
llevarte de palacio lo que más te guste”.