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—Luego, lo del agua. Como hay poca,
porque hubo malas lluvias, el Presidente
Municipal cerró el canal. Y como se iban a
secar las milpas y la congregación iba a pasar
mal año, fuimos a buscarlo; que nos diera
tantita agua, siñor, pa nuestras siembras.
Y nos atendió con malas razones, que por
nada se amuina con nosotros. No se bajó
de su mula, pa perjudicarnos…
Una mano jala el brazo de Sacramento.
Uno de sus compañeros le indica algo. La voz
de Sacramento es lo único que resuena en el
recinto.
—Si todo esto fuera poco, que lo del agua,
gracias a la Virgencita, hubo más lluvias y me-
dio salvamos las cosechas, está lo del sábado.
Salió el Presidente Municipal con los suyos, que
son gente mala y nos robaron dos muchachas:
a Lupita, la que se iba a casar con Herminio,
y a la hija de Crescencio. Como nos tomaron
desprevenidos, que andábamos en la faena,
no pudimos evitarlo. Se las llevaron a fuerza al
monte y ai las dejaron tiradas. Cuando re-
gresaron las muchachas —en muy malas
condiciones, porque hasta de golpes les die-
ron—, ni siquiera tuvimos que preguntar
nada. Y se alborotó la gente de a deveras, que
ya nos cansamos de estar a merced de tan
mala autoridad.
Por primera vez, la voz de Sacramento
vibró. En ella latió una amenaza, un odio, una
decisión ominosa.