—Y anduvo, anduvo, anduvo. El mar, ¡qué cosa rara!,
crecía, se volvía azul, violeta. Le llegó a las rodillas.
Luego, a la cintura, al pecho, a los labios, a los ojos.
Entonces, le entró en las orejas el eco largo, las
voces que llaman lejos. Y en los ojos, todo el color.
¡Ah, sí, por fin, el mar era de verdad! Era una
grande, inmensa caracola. El mar, verdaderamente,
era alto y verde.
Pero los de la orilla no entendÍan nada de nada.
Encima, se ponÍan a llorar a gritos, y decÍan: “¡QuÉ
desgracia! ¡Señor, qu gran desgracia!”.
Ana Mar²a Matute
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