―¡Un hombre! ―dijo bruscamente―. Un cachorro de
un hombre. ¡Miren!
Justo delante de él, agarrándose a una rama baja,
había un niño desnudo, de piel morena, que casi no
sabÍa andar; la cosa mÁs diminuta, suave y rechoncha
que jamÁs habÍa entrado en la cueva de un lobo por
la noche. Levantó la vista para mirar a Padre Lobo y
soltó una carcajada.
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