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Podemos decir que los antecedentes del grafiti más cer-
canos en el tiempo, algo así como sus tatarabuelos, se encuen-
tran en la antigua Roma —hace más de 2 000 años—, donde
era una práctica común. Si tu comunidad fuera parte de ese
Imperio, sus muros y paredes estarían llenos de poemas,
frases o mensajes políticos y sociales escritos por ciudada-
nos comunes y corrientes. Incluso cuando el ejército romano
conquistaba otros pueblos, los soldados dejaban inscripcio-
nes y mensajes en las paredes de edificios, monumentos y
plazas de las ciudades dominadas. Aunque no lo creas, lle-
garon a escribir en las pirámides de Egipto. A diferencia de
las pinturas rupestres, de los murales mesoamericanos o de los
cristianos de la Edad Media, los grafitis romanos eran hechos
de forma espontánea con la principal finalidad de comuni-
carle algo a alguien, quejarse y expresar lo que el gobierno no
les permitía decir abiertamente o simplemente para marcar
su paso por algún sitio. Digamos que eran una manifestación
individual y popular, fuera de los límites establecidos.
Inicio del grafiti actual
El grafiti, como lo conocemos actualmente, tiene sus orígenes
en los años sesenta del siglo pasado en la ciudad de Nueva
York, en Estados Unidos, y fueron precisamente jóvenes quie-
nes fundaron este movimiento. El primer grafitero del que se
tiene noticia es un chavo de 17 años, hijo de migrantes grie-
gos. Trabajaba de mensajero en Nueva York, así que todos los
días tomaba el transporte público para realizar sus entregas.
Un día se le ocurrió dejar un registro de su paso por toda la ciu-
dad y comenzó a escribir su apodo junto con el número de la
calle en que vivía en todas las paredes y muros que encontraba
en el camino; se hacía llamar Taki 183.