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—Pst… —se encogió de hombros desa-
lentado el médico de cabecera—. Es un
caso inexplicable… poco hay qué hacer…
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán.
Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio
de anemia, agravado de tarde, pero que re-
mitía siempre en las primeras horas. Duran-
te el día no avanzaba su enfermedad, pero
cada mañana amanecía lívida, en síncope
casi.
Parecía que únicamente de noche se le
fuera la vida en nuevas oleadas de sangre.
Tenía siempre al despertar la sensación
de estar desplomada en la cama con un mi-
llón de kilos encima. Desde el tercer día este
hundimiento no la abandonó más. Apenas
podía mover la cabeza. No quiso que le to-
caran la cama, ni aun que le arreglaran el
almohadón.
Sus terrores crepusculares avanzaron en
forma de monstruos que se arrastraban has-
ta la cama y trepaban dificultosamente por
la colcha.