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Como pararrayos atraerá
los rumores del bosque,
el grito de un árbol bajo el pie del rayo,
el susurro del tiempo,
desnudez del agua
y el hablar de la mujer triste.
Porque para eso es palo de música,
madera de alegrar.
Para eso sirve el hormigo.
Y cuando alcanza su punto,
se va corriendito
a llamar a los adiestrados,
a los entendidos,
aquellos que saben medir la hondura
y la delgadez de las rajas o teclas
(las que de preferencia
se asientan con una botella
sin echarles barniz),
se convoca a aquellos que gradúan
la tensión de los cordeles
y sopesan la vaciez de los tecomates o cajones.