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—Pero nosotros somos gente —dijeron
los moribundos.
—También nosotros —contestaron los
lancheros—. Con esto nos ganamos la vida.
—¡Por diosito! —gritó entonces el más viejo
de la isla—. ¿No ven que si nos dejan nos dan
la muerte?
—Tenemos compromiso —dijo el capitÁn.
Y se volvió con los marineros y ni porque estaban
retorciÉndose tuvieron lÁstima. Ahí los dejaron.
Pero la abuela se levantó del tapesco y, a como
le dio la voz, les echó la maldición:
—¡A como se les cerró el corazón, se les
cierre el lago!