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En Guerrero, como en otros estados del país,
la mayoría de la gente vivía en las haciendas,
las cuales eran grandes extensiones de terreno
dedicadas a la agricultura, a la ganadería y al
trabajo de los metales.
Estas haciendas se formaron con tierras
arrebatadas o compradas a muy bajo precio
a las comunidades indígenas. Las haciendas
concentraban a los campesinos que se
quedaban sin tierra y un capataz los obligaba
a trabajar desde que el sol salía hasta que se
metía. A otros, el patrón les rentaba la tierra
para que sembraran maíz, ajonjolí, caña de
azúcar, algodón y otros cultivos.
Los campesinos pagaban con la cosecha, pero
como nunca completaban todo lo que debían,
algunos quedaban endeudados para toda la
vida.
En la hacienda, la vida era cómoda para los
dueños. Su casa estaba muy bien amueblada,
comían bien y podían mandar a sus hijos a la
escuela. Los campesinos, en cambio, vivían en
jacales, descalzos y vestían harapos, trabajaban
intensamente bajo los rayos del sol, no sabían
leer ni escribir. Su comida era casi siempre un
té de hojas, tortillas, chile y frijoles.
Ganado.
Hacienda de Tepecoacuilco.
Cosecha de ajonjolí.
Hacienda Eucaria Apreza en Tepecoacuilco.