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y pensando que esta vez estaba perdida, gimió desconsolada. “Bien, en ese
caso, me darás tu primer hijo”, demandó el enanillo. Aceptó la muchacha:
“Quién sabe cómo irán las cosas en el futuro”, dijo para sus adentros. Y como
ya había ocurrido antes, la paja se iba convirtiendo en oro a medida que el
extraño ser la hilaba. Cuando el rey entró en la habitación, sus ojos brillaron
más aun que el oro que estaba contemplando, y convocó a sus súbditos para
la celebración de los esponsales.
Vivieron ambos felices y, al cabo de un año, tuvieron un precioso retoño.
La ahora reina había olvidado el incidente con la rueca, la paja, el oro y el
enano, y por eso se asustó enormemente cuando una noche apareció el duende
saltarín reclamando su recompensa.
“Por favor, enano, por favor, ahora poseo riqueza, te daré todo lo que quieras.
¿Cómo puedes comparar el valor de una vida con algo material?”. “Quiero a
tu hijo”, exigió el desaliñado enano. Pero tanto rogó y suplicó la mujer que
conmovió al enano: “Tienes tres días para averiguar cuál es mi nombre, si lo
aciertas, dejaré que te quedes con el niño”. Por más que pensó y se devanó
los sesos la molinerita para buscar el nombre del enano, nunca acertaba la
respuesta correcta.
Al tercer día, envió a sus exploradores a buscar nombres diferentes por
todos los confines del mundo. De vuelta, uno de ellos contó la anécdota de un
duende al que había visto saltar a la puerta de una pequeña cabaña cantando:
“Hoy tomo vino,
y mañana cerveza,
después al niño sin falta traerán.
Nunca, se rompan o no la cabeza,
el nombre Rumpelstiltskin adivinarán!”.
Cuando volvió el enano la tercera noche y preguntó su propio nombre a la
reina, ésta le contestó: “¡Te llamas Rumpelstiltskin!”.
“¡No puede ser! —gritó él— ¡No lo puedes saber! ¡Te lo ha dicho el diablo!”.
Y tanto y tan grande fue su enfado que dio una patada en el suelo que le dejó
la pierna enterrada hasta la mitad, y cuando intentó sacarla, el enano se
partió por la mitad.
Hermanos Grimm, disponible en
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(Consulta: 8 de octubre de 2012).