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Mi pequeña Lucy:
¿Cómo que no existo? Tu papi no sabe
lo que dice. ¿Acaso no me inventaste tú
misma el día de tu cumpleaños núme-
ro siete? ¿Acaso no platicabas conmigo
todas las noches y te asustabas con los
extraños ruidos de mis tripas?
Todas las noches te observé desde el
clóset y tú lo sabías.
.. Aunque nunca me
viste, conocías de memoria mis ojos,
mi lengua y mis colmillos, pues todas,
todas las noches me soñabas.
Por eso cuando leí tu carta sentí tan-
ta desesperación. Por eso destrocé tus
juguetes y me comí de un solo bocado a
tu delicioso osito Bonzo.
Lo juro Lucy, tú ya estabas muerta.
Tenías los ojos abiertos y cuando to-
qué tu barriguita estaba más fría que mi
mano. Seguramente te mató el miedo y
yo no pude comerte pues no me gusta el
sabor de los niños muertos. Lo único
que hice fue regresar al clóset y llorar
de tristeza hasta quedarme dormido.
..
¡Pobre Lucy! ¡Pobre Lucy y pobre mons-
truo solitario!
Ahora tendré que salir de aquí, alejar-
me de los adultos que cuidan tu pequeño
ataúd y dejar esta carta donde puedas
encontrarla.
.. Necesito la risa de un niño
y necesito el miedo de un niño para se-
guir vivo.
Por cierto, Lucy, ¿dónde dices que
vive tu amigo Hugo?
Atentamente,
El Monstruo
* * *
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