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felicidad. Encontraron costales hartos de monedas, cadenas,
anillos y otros objetos de oro y plata. Brincaban y gritaban
haciendo bulla, pero eso no duró mucho: un jinete sin cabeza
en un gran caballo blanco apareció entre ellos.
Carmelo se acordó entonces de la advertencia de Joaquín
Murrieta. Sin embargo, era demasiado tarde. El jinete sin ca-
beza dio una orden a su caballo, éste pateó la tierra y el tesoro
empezó a hundirse jalando a todos los que estaban allí entre
gritos de espanto y desesperación.
Carmelo suplicó que no lo hiciera,
que lo castigara a él y no a aquellos ino-
centes, pero fue inútil: en unos segundos
no quedaba nadie. Sólo Carmelo y el
jinete, que desapareció sin decir nada.
Carmelo regresó a su casa, no dijo
nada a su esposa, se sentó en la entrada
y no se movió más. Pasaron los días, el
viejo no volvió a comer y se fue secan-
do, secando hasta que se murió.
Nadie más supo de lo ocurrido. Se
dice que Joaquín Murrieta sigue cabal-
gando por aquellas tierras buscando a
quién darle su tesoro.
Si quieres leer más historias en las que
aparecen personajes extraños, lee
Querido
señor diablo
de tu Biblioteca Escolar.