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Ay, Serafín
todo tiene su fin.
Que sí, que no,
que todo se acabó.
El príncipe mandó el regalo y al día siguien-
te se fue a la plaza a dar vueltas. Al poco rato
apareció la dama de compañía con un recado:
—Dice la princesa que es usted un encanto.
El príncipe se fue muy contento a su casa.
Al día siguiente fue a la plaza y se encontró
con la dama de compañía de todos los días. Ella
le dijo: —La princesa dice que buenas tardes y
que siempre la recuerde.
El príncipe se puso más contento todavía.
Llegó a su casa y tomó un lápiz y un papel.
Empezó a dibujar una plaza. En la plaza esta-
ban un muchacho y una muchacha.
Terminado el dibujo lo mandó a la princesa.
Al día siguiente se fue a la plaza a esperar alguna noticia.
La dama de compañía de todos los días le dijo:
—De parte de la princesa, gracias.
El príncipe, ya encarrerado, se puso a hacer otro dibujo.
Esta vez sería un retrato de la princesa.
De pronto, el príncipe tuvo una duda: hacía mucho que
no veía a la princesa. Ya no se acordaba bien cómo era ella.
Hizo un gran esfuerzo de imaginación y por fin estuvo el dibujo.
Pensó que tal vez era tiempo de otro regalo. Puso su in-
genio a trabajar y armó una cajita musical con un muñequito
que parecía cantar la canción de moda: