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En una de tantas vueltas, el príncipe
volvió a encontrarse con la princesa del
domingo anterior. Sin esperar más nada
fue con ella a hacer acto de presencia.
—Perdone mi insistencia
—
dijo el
príncipe
—,
pero es que es muy grande
mi querencia.
—Eso quisiera ver —dijo la prince-
sa— pues yo no tengo urgencia.
El príncipe le dijo: —Mi amor siem-
pre tendrá vigencia y por si mi nombre no
sabe soy Luis Placencia.
—Encantada —dijo la princesa—.
Yo soy Inocencia.
La princesa se alejó. El príncipe se quedó pensando en
cómo demostrar su insistencia y su gran querencia. “Tal vez
será cosa de hacer un poco de adulancia. O tal vez de jactan-
cia.
.. Uy, que complicancia”.
Ya en su casa, el príncipe se puso piense y piense mientras
miraba su rosa. De pronto, dio un grito y un enorme salto, por-
que le parecía que había encontrado finalmente la respuesta:
“Si bien no soy de los que tienen opulencia, bien puedo
decir que soy de los que tienen inteligencia’’.
Y el príncipe le envió un ramo con sus mejores rosas a la
princesa.
Al día siguiente se apareció por la plaza y se puso a dar
vueltas y vueltas. Al poco rato llegó una de las damas de com-
pañía que le dijo: —Dice la princesa que es usted muy amable.
Los otros días fue el príncipe a la plaza a ver si había alguna
novedad de la princesa, pero no la hubo.