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Libro para el maestro
A N E X O 2
ESCENA IV
ROSAURA:
Ya que vi que la soberbia
te ofendió tanto, ignorante
fuera en no pedirte humilde
vida que a tus plantas yace.
Muévate en mí la piedad;
que será rigor notable
que no hallen favor en ti
ni soberbias ni humildades.
CLARÍN:
Y si Humildad y Soberbia
no te obligan, personajes
que han movido y removido
mil autos sacramentales,
yo, ni humilde ni soberbio,
sino entre las dos mitades
entreverado, te pido
que nos remedies y ampares.
CLOTALDO:
¡Hola!
SOLDADOS:
Señor…
CLOTALDO:
A los dos
quitad las armas, y atadles
los ojos, porque no vean
cómo ni de dónde salen.
ROSAURA:
Mi espada es ésta, que a ti
solamente ha de entregarse,
porque al fin, de todos eres
el principal, y no sabe
rendirse a menos valor.
CLARÍN:
La mía es tal, que puede darse
al más ruin: tomadla vos.
[A un soldado.]
ROSAURA:
Y si he de morir, dejarte
quiero, en la fe desta piedad,
prenda que pudo estimarse
por el dueño que algún día
se la ciñó: que la guardes
te encargo, porque aunque yo
no sé qué secreto alcance,
sé que esta dorada espada
encierra misterios grandes,
pues sólo fiado en ella
vengo a Polonia a vengarme
de un agravio.
CLOTALDO:
¡Santos cielos!
¿Qué es esto? Ya son más graves
mis penas y confusiones,
mis ansias y mis pesares.
¿Quién te la dio?
ROSAURA:
Una mujer.
CLOTALDO:
¿Cómo se llama?
ROSAURA:
Que calle
su nombre es fuerza.
CLOTALDO:
¿De qué
infieres ahora o sabes
que hay secreto en esta espada?
ROSAURA
:
Quien me la dio, dijo: “Parte
a Polonia, y solicita
con ingenio, estudio o arte,
que te vean esa espada
los nobles y principales,
que yo sé que alguno dellos
te favorezca y ampare”;
que, por si acaso era muerto
no quiso entonces nombrarle.
CLOTALDO
:
[Aparte.]
¡Válgame el cielo, qué escucho!
Aun no sé determinarme
si tales sucesos son
ilusiones o verdades.
Esta es la espada que yo
dejé a la hermosa Violante
por señas que el que ceñida
la trajera había de hallarme
amoroso como hijo
y piadoso como padre.