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A su mamá le encantaba peinarla y a veces le hacía unas
trencitas todas adornadas con cintas de colores. Y la niña
bonita terminaba pareciendo una princesa de las tierras
de África o un hada del Reino de la Luna.
Al lado de la casa de la niña bonita vivía
un conejo blanco, de orejas color de rosa,
ojos muy rojos y hocico tembloroso.
El conejo pensaba que la niña bonita
era la persona más linda que había visto
en toda su vida. Y decía:
—Cuando yo me case, quiero tener una
hija negrita y bonita, tan linda como ella…