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Noche a noche, desde que Alicia había
caído en cama, había aplicado sigilosamen-
te su boca —su trompa, mejor dicho— a
las sienes de aquélla, chupándole la san-
gre. La picadura era casi imperceptible.
La remoción diaria del almohadón había
impedido su desarrollo; pero desde que la
joven no pudo moverse, la succión fue ver-
tiginosa. En cinco días, en cinco noches,
había el monstruo vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos
en el medio habitual, llegan a adquirir en
ciertas condiciones proporciones enormes.
La sangre humana parece serles particular-
mente favorable, y no es raro hallarlos en
los almohadones de pluma.
Uno de los maestros de los cuentos de terror es Edgar
Allan Poe. Lee sus
Relatos de terror
para que te hagas
experto en este género literario, en la Biblioteca Escolar.