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En un nuevo intento, los dioses ordenaron que se hiciera
gente de madera. A estos seres les faltaba la expresión en
sus caras, eran flacos, de piernas caídas y sus músculos
hacían ruido al moverse. Aunque estos hombres hablaban
y tenían hijos, su desgracia fue que al carecer de espíritu
no mostraron gratitud ante sus creadores. Entonces los
dioses emplearon toda la fuerza de la naturaleza para
exterminarlos. Enviaron un fuerte aguacero, y cuando
aquellos hombres trataban de subirse a las casas, éstas se
caían. Los árboles los rechazaban y las cuevas se cerraban
para impedir que se refugiaran en ellas. Los animales los
devoraban. Pese a todo, algunos lograron sobrevivir, con
el paso del tiempo se transformaron en los monos que hoy
viven en la selva.
Un tercer intento se hizo con mazorcas de maíz amarillo
y blanco, traídas de las montañas de Pan Pashil. Los
dioses las molieron y las mezclaron con agua para hacer
los huesos y los músculos de la gente. Estos hombres
pensaban, hablaban, caminaban y agradecieron a los
dioses por su creación. También observaban el cielo
y la tierra y con ello obtuvieron una enorme
sabiduría.
Tanto avanzaron estos hombres que los
dioses temieron que llegasen a ser iguales
que ellos, de modo que resolvieron
empañar el globo de sus ojos, acción que
desde entonces limitó la sabiduría de los
hombres. Enseguida los dioses crearon a
las mujeres y fueron procreadoras de
gente. Luego, los descendientes
se dispersaron por todos los
lugares. Éstos fueron los
padres y madres de
los quichés y de otros
pueblos mayas.
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