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Adviertes la condición humana derivada
de la Filosofía posmoderna
En consecuencia, Heidegger asumió como propio el proyecto de regresar a la
Filosofía al camino correcto, del que consideraba se había desviado a partir de
Descartes. El problema de decir que el yo es la única cosa
de la que no podemos
dudar que existe, y que todo lo demás
sólo existe si aparece en el yo, es que se
pasa por alto que ese yo no existe en una forma pura, “en el aire”, sino siempre
inserto en un
tiempo
, un espacio y, sobre todo, una
cultura
particulares. En otras
palabras, ¿cómo podría ser el yo el terreno sobre el que existirían todas las cosas,
si él mismo a su vez siempre está “parado”, por decirlo así, en un lugar, un momento
y una comunidad humana determinados? El verdadero “terreno” fundamental serían
esos elementos en los que habita el yo: tiempo, espacio y cultura.
No hay yo “puro”; piensa en los varios miles de millones de seres humanos que han
pisado durante ya varios milenios nuestro planeta: todos han tenido, tal como tú, un
yo, que si bien tiene mucho en común con otros yo, es totalmente único e irrepetible.
No hay un yo universal, sino el yo de una mujer china del siglo IX, el de un sacerdote
azteca del XIV, el de un soldado británico de 1944, los de tus mejores amigas y
amigos… y los de
todos los
seres humanos que
han existido, existen o existirán,
o sea millones y millones. El yo del mismo Descartes estaba irremediablemente
instalado en una época determinada: la Francia clásica del siglo XVII. En opinión de
Heidegger, Descartes erró al considerar su propio yo como representante de todos
los yo, sobre todo, porque su orma de pensar, las preguntas FlosóFcas
que se hizo
y sus conclusiones refejan,
más que a otra cosa, a la cultura a la que pertenecía.
Por ello, Heidegger,
uno de
los pensadores que más insistió en el
peso que tiene la
cultura en la forma en que cada persona percibe y piensa el mundo, consideró que
era insostenible asumir que los resultados a los que llegó Descartes sean válidos
para todos los seres humanos.
Ahora,
darle al yo una
posición tan
importante
no planteaba
solamente un
problema de coherencia o de lógica. Según Heidegger, lo más grave era que con
ello se exageraba la importancia del hombre en el mundo:
se hacía parecer que el
mundo dependía del ser humano, como ya veíamos. Culturalmente, esta ilusión se
traducía en una visión según la cual todas las cosas están al servicio del hombre,
o en otras palabras, la naturaleza es antes que nada un recurso para satisfacer las
necesidades humanas.
A Heidegger le parecía que a causa de la primacía de esta mentalidad,
la cultura
moderna, en que la técnica y la industria son lo más importante (de hecho, por mucho
tiempo se ha dicho que una sociedad moderna es una sociedad “industrializada”),
se enfrenta no sólo al problema, ante el que cada vez somos más sensibles, de la
destrucción de la naturaleza, sino que además priva al ser humano de un verdadero
contacto con el Ser.