Y el gallo siguió su camino. No tardó mucho y
apareció el cerdo.
—Ratita, ratita, ¿te quieres casar conmigo?
La ratita le preguntó:
—¿Y qué me dirás por las noches?
—Oinc, oinc, oinc —gruñó el cerdo con orgullo.
Y la ratita dijo:
—No, no, que me asustarás.
Y el cerdo se marchó. No tardó en aparecer
el burro.
—Ratita, ratita, ¿te quieres casar conmigo?
La ratita le preguntó:
—¿Y qué me dirás por las noches?
—Ija, ija, ijaaaa —dijo el burro con fuerza.
Y la ratita dijo:
—No, no, que me asustarás.
Y el burro volvió a su casa por el mismo
camino. Luego, apareció el perro.
—Ratita, ratita, ¿te quieres casar conmigo?
La ratita le preguntó:
—¿Y qué me dirás por las noches?
—Guau, guau, guau —ladró el perro con
mucha seguridad.
Y la ratita dijo:
—No, no, que me asustarás.
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