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Llega Periquillo con el doctor Purgante, aprende a su lado, lo
roba, sale corriendo y llega a Tula, donde se finge médico.
El doctor Purgante era alto, flaco de cara y piernas y abultado
de panza; de boca grande y despoblado de dientes. Hablaba mi-
tad en latín, mitad en español. Era calvo y por eso usaba en
la calle un peluquín de bucles. Luego que entré me conoció y
me dijo:
—Ya sé la turbulenta catástrofe que
te pasó con tu amo el farmacéutico.
—Es verdad, señor —le dije—; no
había venido de vergüenza.
—¡Qué estulticia! —exclamó—; la
verecundia
(vergüenza) es
optime bona
(muy buena) cuando la origina crimen
de
cogitato
(intencional), mas no cuando
se comete
involuntarie
. En fin, hijo
ca-
rísimo
(queridísimo), ¿quieres quedarte
en mi servicio y ser mi
consodal perpe-
tuum
(consuelo para siempre)?
—Sí, señor —respondí.
Pues bien, en esta
domo
(casa) ten-
drás
in primis
(en primer lugar), el
panem
nostrum quotidianum
(pan nuestro de
cada día);
aliunde
(además), lo pota-
ble necesario;
tertio
(en tercer lugar),
la cama;
quarto
, los
tegumentos
exte-
riores heterogéneos de tu materia física
(la ropa); quinto, asegurada la parte
de la higiene que apetecer puedas, pues
aquí se tiene mucho cuidado con la dieta.
Sexto, beberás la ciencia de Apolo, dios
de la medicina,
ex ore meo, ex visu tuo
y