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ex biblioteca nostra
(de mi boca, de tu vista y de nuestra bi-
blioteca);
postremo
(por último), contarás cada mes para tus
surrupios
(antojos) o para
quodcumque vellis
(lo que quieras)
quinientos cuarenta y cuatro maravedís limpios de paja y
polvo, teniendo por toda obligación solamente hacer todos
los mandamientos que ordene la señora, mi hermana; observar
cuándo estén las aves gallináceas para oviparar y recoger los
albos huevos; servir las viandas a la mesa y, finalmente, lo que
más te encargo, cuidar de la
refacción
(de
la comida) de mi mula, a quien deberás
atender y servir con más prolijidad que a
mi persona.
Siete u ocho meses permanecí cum-
pliendo con mis obligaciones. Tanto mirar
las estampas anatómicas, observar los
remedios que mi amo recetaba a los en-
fermos y las lecciones verbales que me
daba me hicieron creer que yo sabía
medicina. Un día que me riñó áspera-
mente y aun me quiso dar de palos porque
se me olvidó darle de cenar a la mula,
prometí vengarme. Esa misma noche di
a la doña mula ración doble de maíz y
cebada, y cuando toda la casa estaba en
lo más pesado de su sueño, la ensillé
con todos sus arneses, hice un bulto con
catorce libros, una capa, una peluca vieja,
un formulario de recetas, los títulos y
la carta de examen del doctor Purgan-
te. Me llevé también una alcancía que
era de la hermana, con cuarenta duros.
Me hospedé en un mesón. Estaba
pensando a qué pueblo dirigiría mi