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—Nuestros ancianos no nos sirven
para nada —proclamó—. Sólo son un es-
torbo para los jóvenes que vienen con
nuevas ideas.
Muy pronto los caminos del reino
se llenaron de gente mayor que huía en
busca de refugio a las tierras vecinas.
Una semana más tarde, no quedaba en
todo el reino ni un solo anciano ni una
sola anciana. El rey envió a los soldados
para que fueran en busca de todos aque-
llos que se pudieran haber escondido y los
matasen a ellos y a los que les habían
dado cobijo.
—Ahora —decía el rey—, mi reino
está a salvo de viejos locos. Sin duda sal-
dremos ganando todos.
Pero, sin que el rey lo supiera, lo cier-
to es que todavía quedaba un anciano
en su reino.
Había un joven campesino que, al
quedarse huérfano de niño, se había cria-
do en casa de su abuelo. Éste le había
enseñado todo cuanto sabía acerca del
cultivo de los campos y el cuidado de los
animales. El joven campesino adoraba a
su abuelo y valoraba mucho su consejo,
así que decidió esconderlo en el inte-
rior de un enorme barril de agua vacío.
Cuando los soldados registraron la casa,
el campesino les dio de beber un aguar-
diente casero para que se emborracharan
y pasaran por alto el barril.