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Los años pasaron y las cosas no acababan de ir del todo
bien en el reino. Sin el consejo de los funcionarios reales más
viejos y experimentados, el rey se dedicó a actuar en contra de
todo aquel que no era de su agrado, a menudo con resultados
desastrosos. Y eso fue lo que sucedió precisamente cuando tuvo
que buscar un esposo para su hija. En lugar de tomarse la mo-
lestia de buscar jóvenes pretendientes de buena familia y con
educación para que la hija pudiese escoger a su gusto, man-
dó reunir en el palacio a todos los jóvenes solteros del reino y
prometió dar su hija en matrimonio a aquel que fuera capaz de
resolver tres acertijos. La princesa no estaba de acuerdo, pero
sabía lo inútil que era oponerse a los designios de su padre.
El campesino era uno de los jóvenes que fueron convo-
cados en palacio y aquella noche regresó pronto a casa para
contar a su abuelo en qué consistía el primer acertijo.
—Tenemos que reunirnos todos en
una colina antes de que amanezca
—
le
dijo
—
y adivinar el momento exacto en
el que va a salir el sol.
El anciano sonrió.
—
Los otros jóvenes mirarán hacia
el este, que es por donde sale el sol —le
explicó a su nieto—. Pero tú tienes que
mirar hacia el oeste, en dirección a las
altas montañas. En el preciso momento
en que veas que los primeros rayos se
asoman por la cima más alta, tienes que
gritar: ¡Ahora!, ya que en ese preciso
instante el sol se hará visible por el este.
El joven campesino hizo lo que le
había dicho su abuelo y el rey quedó
sorprendido por su rapidez.