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—Veamos cómo se te da la segunda
prueba —dijo.
El joven campesino regresó a casa y
le dijo a su abuelo:
—Mañana tenemos que presentar-
nos todos ante el rey “llevando zapatos
pero al mismo tiempo descalzos”.
—¡Pero si es la mar de sencillo! —ex-
clamó el anciano. Y, tras tomar los zapa tos
de su nieto, recortó cuidadosamente
las suelas. Vistos desde arriba, los zapatos
parecían estar enteros, pero por debajo
las plantas de los pies del joven tocaban
directamente el suelo.
La mayoría de los otros pretendientes llegaron al día
siguiente con un zapato puesto y el otro en la mano. Unos
pocos habían agujereado los calcetines, pero el rey esti-
mó que la única persona que había sido capaz de superar
correctamente la prueba había sido el joven campesino.
Pero cuando el joven escuchó en qué consistía la tercera
prueba, regresó a casa sumido en la desesperación.
—Esta vez —le explicó a su abuelo— tenemos que llevar
a la princesa la flor más preciosa y perfumada del mundo.
¡Los más ricos podrán ir bien lejos en busca de las flores más
exóticas pero yo en cambio tan sólo puedo escoger de entre
las flores silvestres que crecen junto a la granja.
..!
Pero el anciano se limitó a reír. A continuación, entregó
a su nieto una simple espiga de trigo para que se la llevase a la
princesa y le dijo lo que tenía que decir.
A la mañana siguiente, las escalinatas del palacio parecían
una enorme floristería. Los otros pretendientes habían gastado