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ESPAÑOL
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I
po era muy blando y deforme, la cabeza se le
caía hacia un lado y le resultaba imposible
torcer el cuello para mirar hacia atrás. Ade-
más, no tenía fuerza ni en las piernas ni en
los brazos. Era capaz de hablar, pero no te-
nía entendimiento; y cuando lo pusieron en el
agua, su cuerpo de barro se disolvió para desper-
digarse en la corriente.
El Creador y el Hacedor de Formas se
percataron de que tal hombre no servi-
ría a sus propósitos y decidieron con-
sultar a otros dioses. Llamaron a la
Abuela del Día y a la Abuela del Amane-
cer, dos divinidades ancianas que podían
leer el futuro de las cosas. Juntas, hicieron
hombres y mujeres de madera. Aquellos seres
se parecían al hombre de barro, pero eran fuer-
tes y vigorosos. Poco después comenzaron a te-
ner hijos, que se desparramaron por toda la faz
de la Tierra. Pero no tenían la facultad del entendi-
miento, y nada sabían sobre el Creador ni el Hacedor
de Formas. A duras penas caminaban erguidos, con
los ojos fijos en la tierra. Al descubrir que las criaturas
creadas tampoco podían servirles, los dioses decidie-
ron destruirlas, para lo cual desataron una gran inun-
dación y enviaron cuatro pájaros de tamaño desco-
munal para que atacaran a los seres que habían creado.
Hasta las piedras de las chimeneas caían sobre los
hombres de madera y les golpeaban la cabeza. Muchos
fueron destruidos en sus propias chozas, otros inten-
taron huir. Los árboles se alejaban al verlos llegar, y las
cuevas cerraban sus puertas con peñas gigantescas,
para que tampoco en su interior pudieran hallar la
calma. Algunos lograron refugiarse en la selva y sus
descendientes se convirtieron en monos, que son ani-
males desprovistos de sentido común, y que parlotean
incesantemente.
Los dioses se reunieron en consulta una vez más, y
antes de que rompiera el amanecer crearon los prime-
ros humanos, haciendo su carne con maíz blanco y
maíz amarillo, y sus brazos y piernas con masa de
maíz. Con un caldo especial dieron fuerza y energía a
los huesos y músculos. Aquellos primeros seres así
creados fueron del género masculino y recibieron los
nombres de Balam-Quizé, Balam-Acab, Manucutah e
Iqui-Balam. Eran cuatro hombres sabios y buenos, ca-
paces de ver cosas que ignoran los hombres de hoy.
Los dioses, entonces, decidieron someterlos a prueba.
—Escuchad —dijeron a los cuatro hombres—.
¿Acaso no es la Tierra un hermoso lugar? Mirad qué
bellas son las montañas y los valles. ¿No es un gozo sen-
tirse vivo y ser capaz de comprender, de hablar y de mo-
verse?
Los cuatro hombres miraron a su alrededor y con-
vinieron en que el mundo era un lugar realmente ma-
ravilloso.
—Nos habéis concedido el sentido común y el mo-
vimiento —les respondieron—. Podemos hablar y en-
tender, podemos pensar y caminar. Desde donde nos
encontramos podemos divisar cualquier cosa, esté le-
jos o cerca, tan claramente como podemos vernos a
cada uno de nosotros. ¡Alabado sea el Creador y alaba-
do sea el Hacedor de Formas!
Durante algún tiempo los dioses quedaron plena-
mente satisfechos de los humanos que habían creado,
pero más temprano que tarde temieron que los cuatro
hombres llegaran a saber demasiado. Para evitar que
esto sucediera, el Corazón del Cielo echó un aliento
sobre sus ojos para que no pudieran ver con tanta cla-
ridad y vislumbraran el mundo como a través de un
cristal empañado. Al retirarles tan aguda visión, los
dioses los privaron de sabiduría y de la percepción que
tenían de las cosas secretas, y les dejaron sólo un senti-
do. De no haberlo hecho, pensaron los dioses, los cua-
tro hombres podrían haberse convertido en dioses.
A la par los dioses les otorgaron un don: el del sue-
ño. Mientras dormían, cuatro hermosas mujeres llega-
ron junto a ellos para convertirse en sus esposas; y, con
el tiempo, hombres y mujeres procrearon y se exten-
dieron por toda la faz de la Tierra. Vivían juntos, pací-
ficamente; todos hablaban la misma lengua y oraban a