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A partir de estas experiencias, los artistas de la danza se apropiaron de las calles y las
convirtieron en un nuevo teatro ahora desacralizado, lo que constituyó su nuevo desafío.
En nuestro país, el movimiento callejero de danza, estrechamente ligado a un vigoroso
movimiento de danza contemporánea independiente, se produjo durante los ochenta luego del
letargo de casi dos décadas generado por la pérdida de proyecto y vitalidad de los grupos del
Movimiento de Danza Moderna Mexicana. Los grupos independientes tomaron las calles para
experimentar un “nuevo modo de vincularse con el público”.
Foto: Christa Cowrie, “Pilar Medina”, en
La vida de la escena la escena de la vida.
Obra fotográfica
, México, INBA/CENIDI-Danza, 2005.
La calle se convirtió en un espacio de comunicación abierta que favoreció la experimentación y
reavivó la vitalidad perdida en las salas tradicionales. Trabajar ahí, despierta una singular
capacidad para responder creativamente e incorporar a las coreografías estos sucesos.
Este movimiento disminuyó a mediados de los noventa; sin embargo, en los últimos años ha
tenido un resurgimiento, a partir de la creación de una red internacional de festivales de danza
denominada
Ciudades que danzan
, un movimiento que busca un encuentro entre la arquitectura
y la danza, a la vez que reafirmar el valor del patrimonio artístico y cultural de cada ciudad. Por
medio de la danza, los habitantes de la ciudad redescubren y miran de otra manera una plaza,
una calle, algún rincón escondido; de este modo se promueve el acercamiento entre danza y
espacio urbano y público.
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