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Libro para el Maestro
Ética del consumo
Adela Cortina
EL PAÍS | Opinión - 21-01-1999
© El País S.L. | Adela Cortina, Directora de la Fundación ÉTNOR
Artículo publicado en el sitio web de ÉTNOR con autorización expresa de El País, S.L.:
http://www.etnor.org
Consumir productos del mercado
es acción tan obvia en nuestras sociedades que nos
resulta imposible imaginar cómo sería un mundo sin ella. Desde que a comienzos de la Modernidad se
produjo lo que Polanyi llamó “la Gran Transformación”, por la que el lugar de
consumo
de los productos
se separó del lugar de
producción
, fueron sentándose las bases para formas de vida en las que el consumo
es un factor clave, no sólo desde un punto de vista económico, sino también desde el cultural. No es extraño
que expresiones como “la sociedad opulenta”, la “sociedad satisfecha” o la sociedad del “consumo de
masas” cuadren perfectamente al mundo avanzado. Sin embargo, lo que no resulta tan evidente es que
pueda existir una “
ética del consumo
”, un saber capaz de defender con argumentos que hay formas de
consumir más éticas que otras, capaz de esgrimir algún
criterio
para discernir entre las que levantan la
moral y las que desmoralizan. Y, sin embargo, a lo largo de la historia distintas propuestas éticas han
intentado ofrecer ese criterio, que importa conocer para potenciar formas de vida más humanas.
“
Humanidad obliga
” en las distintas facetas vitales y, por supuesto, también en ésta del consumo; por eso
conviene conocer al menos algunos de los criterios más relevantes de nuestro siglo, para optar por una
humanidad más presentable.
1)
En los años cincuenta, y aún antes, los “críticos de la cultura de masas”, desde Horkheimer a Galbraith,
critican las formas de consumo de las sociedades industriales
por privar a los individuos de libertad
.
En este sentido, distingue Marcuse entre dos tipos de necesidades -verdaderas y falsas- que los individuos
intentan satisfacer al consumir. “
Verdaderas
” son las necesidades vitales, como alimentación, vestido
o vivienda; “
falsas
” son las que determinadas fuerzas sociales imponen a los individuos reprimiéndoles,
y que no hacen sino perpetuar la agresividad, la miseria y la injusticia. Los individuos pueden sentirse
felices al satisfacer este tipo de necesidades pero les están siendo impuestas por fuerzas sociales que,
como inmensos sujetos elípticos, las provocan para aumentar el consumo, con él, la producción, y
continuar con esa perversa cadena de esclavitud, fraguada por el afán de acumulación. Las personas
jamás podrán ser así autónomas porque el consumo es un apéndice de la producción.
Distinguir entre necesidades verdaderas y falsas es urgente pero ¿quién puede hacerlo si no es una élite
de intelectuales de los que la presunta “masa” se siente alejada y por lo que se cree despreciada?, ¿y
cómo distinguir entre necesidades vitales biológicas y necesidades vitales culturales, cuando, como bien
mostró Veblen en su
Teoría de la clase ociosa
(1899), el miedo a la falta de estima social y al ostracismo
lleva a los individuos a comer, alojarse y vestir como lo hace la clase que resulta ejemplar?
2)
En el
extremo opuesto
, entienden las “
éticas del capitalismo
que el consumo es la expresión más
acabada de la
democracia económica
y de la autonomía personal. El consumidor -opinan- se comporta
como un ser
autónomo
porque, haciendo uso de su soberanía, deposita su “voto-peseta” en un producto,
vota por él, y las empresas se ganan los votos con la calidad de sus productos. Una sociedad que
aumenta las ofertas de consumo fomenta la
libertad
, valor supremo de una sociedad moderna.
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