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Libro para el Maestro
Esta segunda visión tiene, como es obvio, su parte de verdad al reconocer que no siempre el consumidor
es estúpido, que no siempre se deja manipular, sino que también reclama calidad en los productos.
Cada vez más las personas se saben “ciudadanas” y no “súbditas” en lo político, “consumidoras con
derecho a calidad” y no “consumidoras estafables con cualquier cosa” en lo económico. La “ciudadanía
económica”, que teje un
público económico
y no una simple
masa
, va siendo una realidad que urge
potenciar.
Pero, con todo, esta segunda propuesta olvida dos aspectos esenciales en la realización de la autonomía:
que tiene que ser
universalizable
para ser justa, y aquí quedan excluidos cuantos carecen de la capacidad
adquisitiva indispensable para presentar una demanda solvente, que en una ingente cantidad de
productos es casi toda la humanidad; y que quienes sí gozan de esa capacidad adquisitiva no siempre
tienen información suficiente para realizar “votaciones”
realmente libres
. La libertad exige no sólo
capacidad de opción sino información acerca de las opciones.
3)
Por su parte, los economistas neoclásicos desarrollaron la teoría de la demanda del consumo valiéndose
del concepto de
“utilidad”
. El consumo se concibe como una acción que aporta satisfacción al que la
ejecuta, por tanto, se intenta asociar una determinada
cantidad
de utilidad por cada acción de consumir.
Es posible entonces medir la satisfacción que produce el consumo y realizar un cálculo económico, sea
sobre la base de la cantidad de utilidad, sea sobre la base de la
preferencia
del consumidor. En este
punto la economía neoclásica sintoniza con una corriente ética de raigambre como es la
utilitarista
,
que propondrá como criterio para dilucidar qué acción de consumir es más correcta la que proporcione
la mayor utilidad al mayor número
”.
Curiosamente esta posición, que parece tan de sentido común, es atacada desde todos los frentes. El
mismo Amartya Sen se niega a medir el bienestar en términos de utilidad y se pronuncia por las
capacidades. Y es que el criterio utilitarista y neoclásico presenta al menos dos insuficiencias: impide
entender la
justicia como universalidad
, al conformarse con “el mayor número”, cuando en Estados
sociales el principio de justicia no puede ser sino la universalidad, y se equivoca al intentar medir el
consumo desde un patrón observable, porque las personas al consumir no buscan sólo una satisfacción
medible. Comprender qué consume una sociedad requiere descubrir cuáles son sus
creencias básicas
,
cuáles son sus
formas de vida
, que va más allá de lo cardinal y lo ordinal.
4)
Una
ética del consumo
que intente responder a la pregunta “
qué se debería consumir, para qué se
debería consumir y quién debería decidir lo que se consume
” en sociedades que se precian de afirmar
que toda persona es igual en valor, debería tener en cuenta las dos grandes dimensiones de la moral,
es decir, que el consumo debe ser
justo
y propiciar a las personas una
vida buena
.
Será
justo
, como indica Ulrike Knobloch, si las personas están dispuestas a aceptar una norma mínima,
según la cual, sólo se consumirán los productos que todos los seres humanos puedan consumir y que